El coquí
Cierto día después que el Ké (la tierra) y el Bagua (el mar) fueron divididos por Yocahú (dios supremo de todo lo creado) los animales grandes y pequeños habitaron la superficie terrestre.
Yukiyú (dios del bien) había preparado una Cáiku (isla) muy parecida al Edén, llevó allí algunos animales escogidos por él. Entre la flora, la brisa y las estrellas todos los animales se durmieron. Yukiyú decidio darle a la noche un sonido melodioso. Quería una nana permanente y natural que nos sirviera de arrullo y compañía. Escogio de entre las ranas, una de ellas, la más pequeña, temerosa y resbaladiza, con grandes ojos azabache que se escondía entre las hojas de plátano. Tomándola en sus manos le susurro diciéndole: “ve descubre tu isla, conocela, disfrutala y amala. Se el vigilante de los sueños nocturnos, profeta de mi Edén Trópical”.
Al día siguiente, un radiante Agüeybana (sol grande) salió imponente desbordando toda su luz por la serranía. Fueron saliendo del bosque las xaxabís (cotorras), los jubos (culebras), los mucarús (buhos), las iguanas, los guatibiris, los guabas (arañas), los guaraguos (aves), los jueyes, las jutias (conejos), los tanamás (mariposas) los biajaní (palomas) y los Cokies. Así fue que Yukiyú nos dotó de una fauna muy particular y propia.
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